Estatua de Athena

Esa noche como otras le era difícil conciliar el sueño, a veces el silencioso susurro del jardín de rosas ayudaba a que sucediera todo lo contrario, normalmente le invitaría a la relajación y ahora era en efecto contrario. El ambiente tenso de esos días parecía intensificarse a cada momento, nadie decía ni comentaba nada al respecto, pero se palpaba tan cerca como si se refiriera a una persona. Allá en el exterior los países presentaban sus propios problemas: disputas, deficiencias económicas, roces… Algunos agradecían que el Santuario apenas fuera conocido por los lugareños ya que frente a esas adversidades figuraba como un remanso de paz. Pero esa noche en especial, aquella sigilosa tensión se había desatado como si el fino hilo que la reprimía acabara de cortarse.

—Las rosas están abrumadas… —susurró la figura de cabellos turquesa que se hallaba en esos momentos dando un paseo por el jardín de piscis, siendo el único en toda la tierra capaz de soportar la fragancia mortal de este. La suave y fría brisa de esa enigmática pero no menos perturbadora noche arrastraba su aroma hasta su olfato, haciendo que en el proceso algunos mechones de su cabellera suelta ondearan. Siendo la única criatura viviente capaz de convivir en armonía con aquellas mortales plantas, más que nadie las comprendía en sus distintos estados de ánimo. Sí, las rosas sentían tanto como lo hacía él, así como las otras plantas; su maestro le había enseñado como hablarles y sobretodo, como escucharlas cuando ellas querían confesar sus secretos y sus temores.

El oscuro presentimiento que se cernía alrededor del mundo estaba conectado directamente con la tierra, y la tierra tenía infinidades de canales en todo el planeta para comunicarse a todos los extremos, a todos los rincones. Así las rosas aún siendo criaturas apartadas y solitarias se habían enterado, y ahora mismo se lo comunicaban de una forma que solo Adara de Piscis sabía descifrar.

Ese pequeño trance duró hasta que la voz y presencia del Patriarca se sintió como una sola voz en todo el Santuario, incluyendo en la casa que le correspondía proteger. Él que vestía su armadura la sintió con fuerte claridad y recibió el mensaje. Según sus palabras, tendría algo en mente para lo cual solicitaba la presencia de los Santos de las doce casas, relacionado altamente con Athena que aún no daba señales de encontrarse en el mundo y este ya comenzaba a agonizar por ello. Terminado de emitirse el mensaje, Adara decidió abandonar el jardín de rosas y dirigirse directamente al Templo del Patriarca.

Cruzó el atajo que conducía directamente a ese Templo, siendo la casa que directamente conectaba con la estancia del Patriarca contaba con la ventaja de tener su propio atajo a través del jardín para llegar con prontitud, por esa razón y por su alto sentido de la responsabilidad era de los primeros –por no decir el primero- en llegar a ese tipo de reuniones. Una vez en el Templo verificó que el cosmos del Patriarca provenía directamente del Templo de Athena, donde se encontraba su estatua; por lo que siguió adelante hasta encontrarse con su figura y la de aquella sorprendente estatua de la diosa. Demoró unos instantes en admirarla, como si le debiera algún respeto, e inmediatamente se acercó al representante de esa diosa en la tierra.

—Adara de Piscis está presente, Patriarca —notificó con voz protocolar después de realizar una reverencia que confería respeto a la figura de autoridad en el Santuario.

Adara escuchó las palabras del Patriarca con atención, pero al mismo tiempo con una imperturbable calma que le permitió no amedrentarse ante las sinceras palabras del antiguo cáncer. Él bien sabía eso, y que no había caso lamentar nada ya que las cartas estaban echadas desde hace tiempo, incluso desde mucho antes de que naciera. Era algo que ya había escrito la historia de la primera generación de Athena, y sabía que su vida no significaba gran cosa al lado de eso, y las muchas generaciones que fueron y vinieron, sobretodo las que vendrían para el futuro.

Cuando pasó inmediatamente al punto importante, quitándole el hierro al negro humor del comentario respecto a que era el único en acudir al llamado del Patriarca –cosa que también le intrigó muchísimo ya que si era algo tan importante debía de venir más caballeros en camino-; sus rasgos adquirieron al fin una pizca de emoción frente a lo que iba a ser su misión: ir por la encarnación de Athena en el tiempo actual, a Inglaterra, sin contar con más pistas que la corazonada de poder encontrarle y el instinto de santo dorado que poseía, al igual que los otros once.

—Partiré de inmediato, y regresaré con Athena-sama y la armadura de Sagitario —aunque lo dijera con una nota demasiado insensible y formal, sentía la pérdida de uno de sus camaradas, la muerte siempre les rondaba a los caballeros y a todos los seres de ese mundo, fuera muy habitual, jamás se terminaba de acostumbrar a ese desasosiego.

Se incorporó tras una breve despedida y sus pasos tomaron camino a la salida del templo. Afuera la brisa sacudió los mechones de su lisa cabellera, era una brisa fría e insensible, de las que traían el oscuro presagio de que las cosas empezarían a cambiar en la tierra, y que más pronto que tarde la guerra santa estallaría. La venida de Athena al Santuario era un presagio de eso y más.

—Deberé darme prisa, quien sabe cuánto tiempo tome y si cuento con el suficiente antes de que el enemigo interfiera —murmuró para sí mismo en lo que descendía los escalones a su templo, sólo para arreglar las cosas que necesitaría para su viaje a Inglaterra. Después lo pasaba de largo hasta Acuario, Capricornio, y así sucesivamente hasta Aries donde finalmente podría pie fuera del Santuario y daría inicio a su incierto viaje.