Adara de Piscis

Como a muchos otros infantes en el mundo, a él también le tocó nacer en una época difícil. Su madre lo daría a luz en una mansión griega erigida en Alejandría, ciudad portuaria de Egipto; lugar donde vivía y trabajaba la mujer como cortesana clandestina, de las pocas que quedaban allí y que todavía rendían culto a la diosa Astarté (Afrodita para los griegos). Engendrado de un extranjero que estaba de paso por el lugar, el recién nacido jamás sabría quien era su progenitor, pero al nacer con tan frondosa belleza sería bautizado como Adara (que significa belleza o virginal), nombre femenino pero que a juicio de la madre el único capaz de reflejar su belleza y que serviría también para camuflar su género real.

A las cortesanas no se les permitía llevar hijos varones a su trabajo y debían dejarlo en manos de una sustituta dentro de una institución pública, lo que era igual a darlo en adopción. La madre no de acuerdo con ello acostumbraría a vestir a su hijo tanto de hombre como de mujer –en caso de que tuviese que presentarse en el trabajo, poder cuidarlo mientras pudiera y estar rodeado de los cumplidos de sus compañeras-; de ello aprendería sobre la cultura de las cortesanas: sus formas de vestirse, combinar joyas, perfumes, inciensos y brebajes –drogas y afrodisíacos-, y un montón de cosas que bien lo harían conocedor desde temprano de ese mundo. Adicionalmente mostró talento hacia la medicina y preparación de infusiones, lo cual le alentó a ser médico en el futuro. Aunque el exterior pareciera desolado y muy humilde, tenía las comodidades necesarias para vivir tranquilo.

Ese periodo de tranquilidad en sus primeros ocho años de vida terminaría cuando un enemigo de la casa griega dedicada al vulgar oficio de la prostitución bajo la excusa de hacerlo por matices religiosos, abriría un expediente donde todas las cortesanas quedarían desprovistas de su lugar de trabajo y de su vivienda; obligándolas a pasar trabajo en las calles y a hacer lo mismo de siempre, pero en un matiz más ordinario y propensas a maltratos e insultos. La madre de Adara no fue la excepción, y en más de una ocasión tuvo que presenciar su sufrimiento a manos de un maltrato sin que pudiera hacer gran cosa para evitarlo, ya que de ello vivían. Todo lo que podía hacer era usar su pequeño talento en medicinas para curar los golpes de su madre y morderse los labios ante la situación.

Fueron dos duros años en las calles, hasta que un día Adara despertó en una especie de caravana cuyo rumbo desconocía. Su madre no estaba en ningún lugar y lo último que recordaba era la cena del día anterior –la cual se parecía mucho a las que tenían antes- y que se había ido a dormir muy temprano. Un hombre que estaba con él en la misma carreta le explicó lo que sucedía: su madre lo había vendido a ellos, y se dirigían a Grecia. La noticia lo dejó confuso y adolorido, sobre todo cuando ese hombre le aclaró que su madre se lo había entregado dormido sin parar de llorar. Lo había hecho para no tener que verla sufrir a su lado, ni padecer ese mismo cruento destino. Decisión egoísta a la cual no le quedaba más alternativa que seguir para no desperdiciar el sacrificio de su madre. En la actualidad no ha sabido más de ella.

El lugar al que se dirigía era el Santuario de Athena, donde se entrenaban y albergaban a los guerreros de la diosa que protegían al mundo. El hombre que lo acompañaba resultó ser un caballero de esa elite, se llamaba Kreuz, y le explicó que originalmente ingresaría allí como un sirviente, pero que si incurría en hacer la prueba para aprendiz de caballero podía optar por conseguir una armadura. Adara terminó escogiendo la opción de probar suerte como aprendiz, y en esa decisión Kreuz creyó descubrir un sentido de orgullo oculto que más adelante se convertiría en la aprobación de su ingreso como aprendiz de caballero.

Su preparación y vida dentro del Santuario, en sus inicios, fue desagradable; Adara lo tacha como la época más penosa de su vida, incluso más que los dos años en las calles junto a su madre, porque al menos la tenía a ella… pero ahí en Santuario estaba solo: con las miradas y señalamientos por su apariencia agraciada, y que Athena sabría cómo algunos se enteraron de que era hijo de una prostituta. Cosas como esas lo hicieron duro, desconfiado, y solitario. Su entrenamiento físico era regular en comparación a los demás, y a excepción de su belleza y su habilidad con las plantas medicinales, parecía no tener otro talento por demás que le destacara.

Tres meses transcurrieron desde su llegada al Santuario y las cosas no parecían querer cambiar hasta que una mañana como cualquiera en el que se tomaba su tiempo para ir por plantas medicinales, tomaría un camino distinto al de siempre y se toparía con un esplendoroso jardín de rosas. Atraído por lo bello de ese mar rojo se acercó, aspiró el delicioso perfume deleitándose y fue interrumpido por un grito de alerta. Era Kreuz a quien tenía tiempo sin ver, llevaba una armadura dorada señalándolo como uno de los santos más fuertes. Ambos se sorprendieron, uno porque el mayor era alguien importante, y el otro porque el menor estaba tan vivo como las rosas envenenadas, coexistiendo como una misma cosa. Allí se enteraría del veneno de las rosas demoniacas, y que poseía una resistencia natural fabulosa al veneno. Kreuz le explicó que con eso reunía un requisito que pocos alcanzaban: aspirante a la armadura dorada de Piscis. Sin embargo, le advirtió que de resolver aceptar el entrenamiento, renunciaría al exterior y al contacto con las personas.

Adara se tomó una semana para pensarlo, y al final lo aceptó, resolviendo que a excepción de su madre, no había mucho a lo que renunciar ya que estaba solo, y Kreuz era el único en el Santuario que mostraba preocupación por él. Inocentemente aceptó el entrenamiento como su mejor opción. Desde ese entonces no volvió a pisar la misma zona de entrenamiento que los otros, su zona ahora era el jardín de Piscis; allí aprendió el manejo de los distintos tipos de rosa y a guardar precisión. Paralelamente, siguió con sus pequeños estudios sobre plantas medicinales y otros brebajes, algo que Kreuz le permitió llevar a cabo considerando que esos conocimientos le servirían más adelante. Kreuz se convirtió en su figura paterna muy a pesar de la relación discípulo-maestro, y al pasar a la fase del vínculo escarlata su presencia abarcó mucho más, al punto de quererlo como a un padre y ser querido como un hijo. El hecho de que estuviera a su lado le dio fuerzas para sobrevivir al veneno de la sangre y a posteriormente adaptarse.

Sin embargo, aunque esa relación le hizo desprenderse de esa amargura inicial, todo colapsó cuando a causa del veneno Kreuz feneció. Adara sospechaba del resultado del intercambio de sangre, pero por miedo jamás se atrevió a confrontarlo. Se adjudicó la responsabilidad de la muerte de Kreuz y para no hacerla en vano, aceptó todas las condiciones que implicaba ser el santo de piscis así como el mismo título. Cómo el Patriarca conocía de su talento con las plantas, a pesar de su veneno, era capaz de crear medicamentos y antibióticos efectivos para los santos; se le propuso el aportar su talento al Santuario si no tenía problemas, Adara aceptó solo con la condición de limitarse a hacer las medicinas y dejar las instrucciones en papel al personal capacitado; y que nadie supiera que él era quien las elaboraba.